Un cristiano no solo es quien cree en Jesús, sino quien vive a Cristo en sus relaciones interpersonales, en su servicio a Dios y los demás, en su lucha y su sacrificio. En el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo escribe de un hombre como un ejemplo real de la vida cristiana: Epafrodito.

Hay seis cualidades de este personaje que podemos aprender para nuestra vida cristiana:

1. Un cristiano es un hermano. Nos enseña que hay un vínculo especial entre los creyentes. La palabra hermano se refiere a uno que ha nacido del mismo vientre, esto implica una identidad común. Tenemos la misma identidad en Cristo. Como cristianos nacemos del Espíritu y compartimos una misma vida en Cristo. Todos somos iguales en valor y dignidad, y se espera entre hermanos una relación íntima y real que implique simpatía y empatía, gozarse y sufrir por el otro.

2. Un cristiano es un colaborador. Somos llamados a trabajar juntos. Pablo usa esta palabra frecuentemente y siempre el contexto es de tarea compartida en las cosas de Dios. Ningún cristiano está llamado a ser espectador, todos somos llamados a colaborar, y ésta es además una oportunidad para la comunión real ya que cuando trabajamos juntos nos conocemos, nos afinamos y crecemos.

3. El cristiano es un compañero de milicia, es un soldado en esta batalla de la fe. Tenemos que ser firmes y valientes. La vida cristiana no es una zona de confort sino un campo de batalla. En esta batalla no peleamos solos y sabemos que termina con la victoria a nuestro favor. Debemos salir de nuestra zona de confort y ser una verdadera milicia

4. El cristiano es un ministrador de necesidades. El verdadero liderazgo es servicio. Epafrodito no solo llevó lo que le encomendaron, sino que se quedó a servir a Pablo, incluso en riesgo de su propia vida.
Ministrador aquí implica un servicio sacerdotal, un acto sagrado delante de Dios.
Servir a los demás es servir a Dios. ¿Cómo tratas a las personas? Haz que tu servicio sea un acto sagrado. El cristiano no vive para sí mismo, sino que su vida es una ofrenda útil en las manos del Señor.

5. Un cristiano se entrega hasta el límite. Así que más que servir, se entregó hasta el límite. Arriesgó su vida, no fue algo a medias, fue un “hasta donde sea necesario”. Epafrodito no hizo lo mínimo, se vació y se dio como Cristo lo hizo.
Su entrega no fue reconocida por los hombres, pero aun ahora estamos aprendiendo de él. Si tu servicio es un acto de reverencia y entrega, Dios te va a recompensar.

6. Un cristiano merece ser recibido con honra. Reconocimiento, pero sin vanagloria. Pablo no enaltece a Epafrodito por ego, sino para demostrar que la humildad, el servicio y la entrega deben ser estimados.
El reconocimiento no exalta al hombre, sino que motiva a la iglesia a seguir adelante. Dios quiere lo mejor para ti, no es un llamado imposible, es un llamado para vivir con valentía y compasión.

Epafrodito no buscó reconocimiento, pero fue reconocido por su fidelidad. No buscó aplausos, pero su vida dejó una huella que sigue inspirando. Ser cristiano no es simplemente creer, es vivir una fe activa, encarnada en el servicio, la empatía, la lucha espiritual y la entrega sin reservas.
Hoy más que nunca, la Iglesia necesita hombres y mujeres que no vivan para sí, sino que vivan para servir, como lo hizo Cristo, como lo hizo Epafrodito. Que cuando termine nuestra carrera, puedan decir de nosotros lo mismo: “No vivió para sí… vivió para servir.”
Tal vez no todos vamos a predicar a multitudes, pero todo sí podemos ser como Epafrodito: fieles hasta el final.