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Haz una pausa y sé honesto contigo mismo:

¿Estás tratando de ganarte el amor de Dios?

¿Arrastras culpas que ya fueron perdonadas?

¿Estás experimentando la gracia o solo repitiendo la lógica del mundo disfrazada de fe?

Si alguna de estas preguntas te confronta, no estás solo. Muchos hemos vivido bajo una mentalidad que distorsiona el verdadero carácter de Dios. Hoy, la Palabra de Dios viene a derribar esas ideas equivocadas. Vamos a redescubrir quién es realmente Dios, cómo es su amor y qué significa vivir desde su gracia. No se trata de esfuerzo humano, sino de rendirse a una verdad más profunda: no necesitas ganarte lo que ya se te ha dado.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”
Efesios 2:8-9
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Recordemos que la Palabra de Dios viene a romper con toda mentalidad que el mundo ha sembrado en nosotros. El mundo nos enseña que todo hay que ganárselo: el respeto, el amor, la aceptación, incluso el perdón. Por eso, cuando fallamos, muchos pensamos que no merecemos el perdón de Dios, y creemos que primero debemos cambiar, portarnos mejor, demostrar algo y solo entonces seremos perdonados. Pero así no es Dios. Él no nos ama por lo que hacemos, sino por quien Él es. Su amor no se basa en méritos, se basa en su gracia. Su perdón no llega cuando cambiamos, sino cuando nos arrepentimos sinceramente.

El mundo dice: “Primero das, luego recibes”. Pero Dios nos enseña lo contrario: a dar sin esperar nada, a amar sin condiciones. Así es su amor, y así quiere que vivamos también nosotros. No con una mentalidad de intercambio, sino con un corazón rendido y confiado en su gracia.

“ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.”
Romanos 3:20
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Si creemos que el perdón depende de nuestras acciones, nunca lo alcanzaremos. Si intentamos ganarlo, siempre estaremos lejos de Él. El perdón de Dios no se merece, se recibe. No es por obras, es por gracia.

Entonces, aprendamos a dejar de vivir creyendo que lo que recibiremos de Dios depende de lo que hagamos. La gracia no se basa en méritos, se basa en el carácter de Dios. No se trata de lo que mereces, sino de quién es Él: un Dios bueno, fiel y lleno de misericordia.

Tal vez te estés preguntando: “¿Y qué hay de los frutos? ¿Acaso nuestras acciones no deben reflejar a Cristo?” Por supuesto que sí. La gracia no anula los frutos, los produce. Los frutos son evidencia de una vida en Cristo, no el medio para alcanzar la gracia.

“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.”
Hebreos 4:16
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La gracia de Dios no se entiende, se experimenta en la intimidad con Él.

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente,”
Tito 2:11-12
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Cuando experimentamos la gracia, no te deja igual. Te transforma desde adentro. La verdadera gracia toca lo más profundo del corazón, y es ahí donde Dios obra.

“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”
Romanos 6:1-2
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“Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.”
Judas 1:4
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Pablo y Judas advierten claramente contra el abuso de la gracia como excusa para el pecado. Por eso, no podemos vivir abusando de la gracia, como si fuera una excusa para seguir igual. Eso no es libertad, eso es hipocresía.

“Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.”
1 Samuel 16:7
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Dios se interesa en nuestro corazón, nuestros frutos y acciones testifican lo que hay en el corazón. Lo que a Dios le importa no es una apariencia de cambio, sino una transformación real. Los frutos y nuestras acciones no son el camino hacia la salvación, son el testimonio de que Cristo vive en nosotros. Reflejan su carácter, su amor y su verdad.

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.”
Santiago 1:17
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La gracia de Dios es como la lluvia: no se fabrica, no se controla, no se merece. Simplemente desciende del cielo, cubre nuestra vida y la transforma. No basta con conocerla de lejos; es necesario recibirla y dejar que nos inunde para comprender su verdadero poder.

Así como la lluvia da vida a la tierra seca, la gracia alcanza corazones endurecidos y les devuelve la esperanza. No llega por mérito, sino por la voluntad de un Dios fiel que siempre llega a tiempo para restaurar lo que parecía perdido.

Puedes hablar de la gracia, estudiarla, escuchar sobre ella, pero solo al experimentarla en lo más profundo de tu quebranto la entiendes de verdad. Porque la gracia no se analiza, se vive. No se gana, se recibe.

A veces llega como un susurro que consuela, otras como una tormenta que sacude. Pero siempre con un propósito: renovar tu vida desde lo más profundo. Porque la gracia, como la lluvia, no solo cae, transforma.

Puedes conocer todos los conceptos bíblicos: haber estudiado la gracia, el perdón, el amor, la restauración y aun así, seguir siendo como alguien que mira la lluvia desde la ventana. Sabes que existe, pero no la has dejado tocarte.

No importa tu pasado, tus culpas o tus heridas. La lluvia de Dios cae sobre justos e injustos. Su gracia está disponible para todos, pero solo la experimenta el que se atreve a salir y dejarse mojar.

“Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad».”
2 Corintios 12:9
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La gracia de Dios no es un concepto que se pueda entender, es algo que transforma el corazón cuando se experimenta. La Gracia de Dios te perdona cuando tú mismo no te puedes perdonar. Te levanta cuando piensas que ya no hay propósito. Te abraza en tu peor momento sin pedir explicaciones. Te ama sin condiciones y te transforma.

Todos, en algún momento, nos hemos sentido derrotados. La culpa, las humillaciones, los pensamientos que nos dicen que no somos suficientes nos hacen sentir sin valor, sin propósito, perdidos.

Moisés se sintió incapaz de hablar, indigno del llamado. Jeremías creyó que era demasiado joven. Gedeón se veía a sí mismo como el más débil. Pablo cargaba con un aguijón que nunca desapareció. Todos ellos, en algún momento, pensaron que no podían cumplir con el llamado que Dios les había dado. Pero todos llegaron a la misma verdad: que solos no podían, pero con Dios, sí. Descubrieron que lo que los sostenía no era su habilidad, sino su dependencia. Que necesitaban la gracia de Dios no solo una vez, sino cada día. Porque es en la debilidad donde el poder de Dios se perfecciona.

Inúndanos de tu gracia
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