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¿Qué pasaría si descubrieras que has estado viviendo para lo pasajero?

En medio del ruido del día a día, de las metas humanas y las urgencias terrenales, existe una realidad invisible pero más sólida que cualquier éxito temporal: la eternidad. No es algo distante o abstracto; está más cerca de lo que pensamos, tocándonos el alma cada vez que oramos, adoramos, o simplemente volvemos el corazón hacia Dios.

No es solo un mensaje, es una invitación a despertar del letargo espiritual. A reencender el fuego que alguna vez ardió en nosotros. Porque no se trata de cuánto sabemos de Dios, sino de cuánto nos rendimos ante Él. De cuán profundamente dejamos que su presencia transforme cada rincón de nuestra vida.

Este llamado es para los que sienten que han perdido el rumbo, para los que sirven pero ya no arden, para los que escuchan de Dios pero no lo buscan.

”Con todo, tú atenderás a la oración de tu siervo, y a su plegaria, oh Jehová Dios mío, oyendo el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti; que estén tus ojos abiertos de noche y de día sobre esta casa, sobre este lugar del cual has dicho: Mi nombre estará allí; y que oigas la oración que tu siervo haga en este lugar. Oye, pues, la oración de tu siervo, y de tu pueblo Israel; cuando oren en este lugar, también tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona.”
1 Reyes 8:28-30
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Salomón clama a Dios con humildad, rogando que escuche la oración de su pueblo. Este ruego sigue siendo urgente hoy: vivimos una fe en riesgo de enfriarse, transformada en rutina sin pasión.

El cristiano que no ora cae en una religión sin vida, y un pueblo sin oración está extraviado. Cuando abandonamos la oración, abrimos la puerta al pecado; pero al mantenernos en comunión con Dios, nuestra fe permanece firme. Podemos edificar grandes templos, pero solo una iglesia que ora profundamente puede conmover el cielo y transformar la tierra. Esta vida de oración no admite sustitutos: o la vivimos plenamente, o nos desvanecemos espiritualmente. Una iglesia de rodillas, es una iglesia de pie frente a cualquier adversidad.

Un verdadero encuentro con Dios transforma profundamente nuestro interior, despertando una pasión intensa por su obra. Tener un encuentro con Dios es haber sido herido en tu naturaleza carnal, pero fortalecido por el Espíritu Santo. Dios no llama a los capacitados, capacita a los llamados.

“Sin profecía el pueblo se desenfrena; Mas el que guarda la ley es bienaventurado.”
Proverbios 29:18
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“Y Jehová me respondió, y dijo: Escribe la visión, y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.”
Habacuc 2:2-3
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Hay dos factores imprescindibles para una vida cristiana de éxito: visión y pasión. Sin visión espiritual, perdemos el rumbo, y sin pasión, cedemos ante las dificultades. Nos hemos vuelto tan terrenales que apenas somos útiles para las cosas celestiales. Nadie puede vivir más allá del alcance de su visión. Si queremos lograr grandes cosas para Dios, primero debemos pasar mucho tiempo con Él

“Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; Mas todo el que se apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza.”
Proverbios 21:5
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Si aplicáramos la misma diligencia en las cosas espirituales que la que mostramos en nuestros asuntos terrenales, seríamos capaces de transformar profundamente nuestro entorno y desafiar al enemigo.

Lo que priorizamos en nuestra vida revela dónde está nuestro corazón. Por eso, necesitamos apartar diariamente un tiempo especial para estar en la presencia de Dios, permitiendo que Él renueve nuestras fuerzas y nos prepare para enfrentar cualquier desafío. Una vida de intimidad con Dios produce gozo y paz, y nos hace sensibles y obedientes a su voluntad.

Hoy en día confiamos tanto en nuestras habilidades que hemos relegado a Dios, queremos un Dios que haga maravillas, que abra el mar como Moisés, que resucite muertos como en tiempos de Elías. Tal vez estés esperando al Dios de Elías, pero Dios está esperando el clamor de los Elías de hoy.

Rasgos fundamentales de Elías:

  1. Obediencia incondicional.
  2. Fe en la provisión divina.
  3. Valentía ante la injusticia.
  4. Vida de intercesión y oración intensa.

¿A que estuvo dispuesto Elías?

  1. Arriesgar su propia vida.
  2. Someter la creación a la voluntad de Dios.
  3. Vivir en la pobreza y en el desierto.
  4. Mantener la soledad y la intimidad con Dios.
  5. Entrenar a su sucesor.

Como creyentes, nuestra vida espiritual debe arder continuamente en oración, intimidad profunda y obediencia incondicional. Al igual que Elías, estamos llamados a vivir más allá de lo terrenal, arriesgándolo todo en la fe, confiando en la provisión divina y permaneciendo firmes frente a cualquier adversidad. Hoy Dios sigue buscando corazones que clamen con la misma intensidad y entrega; corazones dispuestos a ser moldeados, transformados y capacitados por Él mismo.

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