
Hay momentos en la vida en que atravesamos por situaciones difíciles que nos llevan a hacer oraciones sentidas, desde lo profundo del corazón. Y Dios siempre nos conforta, nos consuela y fortalece.
Pero nuestra vida de oración no solo se define por esos momentos que nos recuerdan que solos no podemos enfrentar las dificultades. Se define por nuestro día a día con Dios, que es nuestro Padre amado, nuestro Salvador y fiel amigo. Situaciones como la rutina, el cansancio del día, las distracciones de la vida diaria pueden llevar a nuestra vida de oración a momentos de fragilidad. No podemos dejar que esto pase.
Pues debes recordar siempre que Dios es una persona real en tu vida, y que el tiempo que pasas con Él no puede ser rutinario o vacío. El corazón del Señor arde por los momentos que puedes pasar a su lado, en devoción y en amor. No dejes que el día a día te arrebate lo más valioso que tienes: tu comunión con el Dios eterno.
Acciónate:
- Aparta un tiempo exclusivo para estar con Dios. Es cierto que a lo largo del día puedes estar hablando con Él mientras estás haciendo otras actividades. Pero debes apartar un tiempo para dedicarlo solo a Él.
- Dispón tu corazón para tu tiempo con Dios. No dejes que otras actividades o pensamientos invadan ese tiempo.
- Aléjate de la rutina en la oración. No hagas oraciones repetitivas, no te enfoques en una lista de oración… tu primer enfoque debe ser abrir tu corazón al Señor.
- Haz de tu oración una oración del corazón. Háblale de tu día, de tus sueños, de tus dificultades, de tus alegrías. Dios es real; y siempre, siempre escucha tus ruegos, pero también recibe tus oraciones con alegría.
Oración:
“Señor, te agradezco que tú escuchas mis ruegos y recibes mis oraciones. Ayúdame a tener bien presente siempre que no es la rutina lo que construye mi vida de oración, sino que tú realmente estás ahí esperándome para pasar nuestro tiempo a solas. Que mi corazón arda siempre con el tuyo mi Dios. Gracias por tu amor y fidelidad. En el nombre de Jesús, amén”.